miércoles, 12 de febrero de 2014

Si mi tiempo acaba

... espero que signifique que el de otro comienza. Pero no lo veo claro, ni siquiera meridianamente claro, como dice el tipo que dirige con mano firme el timón estropeado de nuestro país. Mi tiempo, que debería estar en su máximo auge, es un reflejo del destino de muchos de los de mi generación, subsistiendo entre EREs, trabajos con jornadas extenuantes y/o con sueldos de miseria, becas poco dignas o en un extranjero cada vez más atrayente y, a la vez, menos acogedor.

La generación que va por detrás no tiene oportunidades, pero al menos son jóvenes y tienen esas ganas de aventuras que nosotros hemos perdido gracias a que el tiempo, otra vez, pasa y nos convierte en esclavos de rutinas, trabajos de mierda o parejas que nos mantienen. También, los de mi generación, han tenido hijos, que sólo pueden cuidar con la ayuda de sus padres. ¡Qué halagüeño panorama!

Sí, me divierto revolcándome en el barro de mi ironía, la queja sarcástica que no lleva a nada, como el típico comentario del facebook cagándome en el partido popular, esa punta de lanza de los más rancios capitalistas, conservadores miembros del Opus Dei o apuestos neoliberales, tan sólo preocupados por hacer aumentar una cuenta de beneficios lo suficientemente grande como para mantener una casa en Miami o un dúplex en la Castellana.

Las encuestas dan por supuesto que la única solución al próximo descalabro elctoral de los partidos del bipartidismo será un gobierno de coalición entre los mamporreros que han logrado meternos la punta del capullo por nuestro mismísimo culo. Pero para eso aún quedan dos largos años de inanición, ya tendré 40 añazos desperdiciados. Otros, esos que deberían coger el testigo de mi tiempo, estarán cumpliendo los 20, abocados a que terminen de metérsela entera.