viernes, 29 de julio de 2011

Capítulo dos y final

Ya estabamos en cerdeña, el hotel era tranquilo, los desayunos completos (más en unos casos que otros, el amigo Rato comenzó una dieta que incluía un colacao con algún que otro flan de primero, un plato de panceta cundido de segundo y para terminar un poco de fruta, piña, melón, sandía, etc.). El resto de los días fue un no parar de visitas a playas, ruinas, pequeños pueblos marineros, iglesias, torres aragonesas, etc. en una isla que es realmente espectacular. Todo esto en el coche que habíamos alquilado, un dicharachero fiat panda.

Y es que el coche fue nuestro gran quebradero de cabeza en la isla. No por el coche en sí (ya lo he calificado como dicharachero) sino el resto de los coches. Por que en Italia hay un problema con el tráfico, uno gordo. Los conductores están locos, zumbados, idos, psiquiatricamente mal. Los adelantamientos por la derecha, en línea continua, sin visibilidad, aunque haya coches enfrente, son de lo más normal. Los límites de velocidad son algo meramente informativo, ya que es imposible cumplirlos sin arriesgar la vida. Quizás por eso la señal que aparece en la foto es la más común. Creo que significa "esto es un refugio en caso de que lleves detrás a un oriundo que te da luces y zigzaguea de izquierda a derecha intentando adelantarte".

El otro de los problemas al volante era mi copiloto o piloto dependía del día. Rato como conductor es incapaz de orientarse si no se le dan cumplidas indicaciones. En el caso de llevarlo como copiloto es como si llevarás un chimpacé con una ballesta. Un peligro, ya que no sabe nunca donde está, ni a donde hay que ir ni nada. Una máquina que dice cosas azarosas, algunas son buenas indicaciones y otras son nefastas, sin termino medio. Este chico es capaz de perderse en una sala redonda (y vacía). Sin embargo he de reconocer que me ayudo en los peores momentos, cuando entrabamos a Cagliari de noche y yo no me enteraba, perdía los nervios y él acababa tomando el volante. Al final llegabamos (aunque el no fuera capaz de ubicar la rotonda de al lado del hotel), milagro.

Fa,ltan en esta historia muchas cosas, pero se las dejo a Rato, mis pedos, mis calzoncillos negros, mis visitas al w.c. que siempre creaban polémica. Espero que se divierta.

Pd.- Finalmente Rato consiguió integrarse en el duro mundo de los conductores italianos cuando se subió el cuello del polo. Ese era el truco que lo reconocieran como uno de ellos. Ciao, bellos.

jueves, 21 de julio de 2011

Horror entre las sábanas

Esta es un crónica de mis últimas vacaciones, en compañía del antagonista de este blog, Rato Raro, ese tio que no es un mendrugo (aunque vosotros juzgaréis). La primera parte, los preparativos ya han sido contados, en su estilo, en el otro blog. Aquí la continuación.

Tras un viaje largo y tempranero (a las tres y media de la mañana, despertado por el primer ruído de monedas caídas en el pasillo) llegamos a la capital sarda, Cagliari. Dormidos y con algo de hambre eran sobre las cuatro cuando salimos a conocer la ciudad. La primera persona que vino a saludarnos fue un enorme beodo sordomudo con un cartón de vino que cruzaba la calle dando tumbos ante los atónitos ojos de los conductores ( y los nuestros). Gestualmente le dijimos que no. Y así cogimos el autobús hacia el centro, o eso creíamos, pues en nuestra idiotez cogimos el de vuelta. Pudimos disfrutar durante una hora (con hambre y sueño) de los feos alrededores de Cagliari. Después, ya en el centro, comimos (atentando contra principios no escritos de la gastronomía, lo hicimos en un macdonals, a las seis de la tarde no te dan de comer en cualquier sitio) y vimos un poco el centro histórico. Practicamente en coma volvimos al hotel, destrozados, un par de horas más adelante. Cenamos una pizza en un local típico (Rato pidió una pizza con ingredientes que no le gustaban, en un clasico repetido en la mayoría de las comidas) y nos fuimos a la cama. Y hablo en singular, cama. De 1,5 pero cama en singular. Rato se puso su "sexi pijamita" (la otra gran revelación de hoy es esta foto, en la que por la privacidad del fotografiado y por la sensibilidad de los lectores, no se le ve la cara) y a dormir. O al menos eso creía yo. Lo que nadie me había explicado es que el individuo en cuestión tiene por costumbre estirarse, dar vueltas y empujar a sus compañeros de cama hacia el abismo. Y la desesperación. Tras casi no dormir desayuné al día siguiente, pero eso es otra historia.

miércoles, 6 de julio de 2011

Yo tengo una solución

Me desayuno con esta noticia en el periódico. El nuevo presidente de la CEOE nos anuncia que si no abaratamos el dspido ellos se van a abrir de aquí, que esto no es rentable si no nos pueden despedir en las condiciones que ellos pongan, que el gobierno tiene que ser valiente y todas esas mierdas. Yo, como digo en el título, tengo una solución. Deslocalizarlos a ellos. Sí, es sencillo, si ellos amenazan, por que esto es una amenaza o coacción o como quieran llamarlo, nosotros deberiamos hacer lo mismo y aprobar una ley para deslocalizarlos a ellos. Echarlos del país, quedarnos con sus bienes y crear el empleo que ellos deslocalizan (que verbo tan bonito, en esa linea de eufefismos que tanto les gusta usar a los tiburones financieros, que por algo tienen esa boca tan grande, no sólo para comer). Que dejen de vivir en nuestras costas, en esos chalets en primera linea de playa sobre terrenos recalificados, que dejen de comer en esos restaurantes pijos de 150 euros el plato, que disfruten del rioja reserva del 76 vía importación y cuando les sirvan vino en una tasca en ultramar les pongan un delicioso vino sudafricano. Que se acaben esos desayunos informativos repletos de cruasancitos de pastelería, que sus hijos estudien en universidades del extranjero y que hagan un colegio de jesuitas en Kuala lumpur.

Hasta los cojones estoy, si no les gusta esto que se piren y vivan sus vidas en un paraíso de la esclavitud (que es lo que quieren que esto vuelva a ser). Que aprendan tagalo, indonesio o indi, me la suda. Pero que dejen de tocarnos los huevos continuamente por intentar conseguir un país lleno de trabajadores mileuristas (en el mejor de los casos) y sin las condiciones laborables que nuestros padres nos dejaron. Que se vayan a la mierda.