Acabo de recibir un correo sobre la noticia de las sesenta horas semanales. En ese correo, que correrá como la espuma, se acusa a los trabajadores y a la gente en general, de no moverse, de permitir que los gobiernos tomen medidas impopulares sin que pase nada.
Pues es cierto, la gente es gilipollas. Entrar en los motivos no viene al caso, pero es una triste realidad. Somos un montón de cretinos que no nos enteramos de lo que pasa hasta que nos entra una polla por la garganta (esto quizás es un poco grueso, bueno) y no nos queda otra que tragar.
Lo único es que empieza a oírse un runrún, un molesto ruido contra los bancos y las grandes empresas. Poco a poco. Y cuando el río suena es que agua lleva. Otra cosa es que alguien pueda capitalizar todo ese odio que llevamos dentro. Darle un uso con réditos. Por que ya no queda nadie a quien acudir. Los sindicatos, el antiguo capitalizador de esos odios, se han convertido en un instrumento sin ideología. Ya no se preocupan de nosotros. Es algo natural, las cosas crecen y todo se olvida, hasta las convicciones.
Habrá que reconocer que al final han ganado los malos. Y que no estamos aburguesados, sólo estamos dormidos.
A MI MEJOR AMIGA
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Estaré contigo hasta el final te buscaré en todas partes bajo la luz y las
sombras en los dibujos del aire Estaré contigo hasta el final te pediré de
rodil...
Hace 4 años
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